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La ley de la selva y el llamado de la naturaleza

Publicado: 2009-11-02

El crimen no paga, pero en los arenales de Lima -en donde no hay pistas ni caminos, por lo tanto, patrulleros de policía- no sino también te cobra con la vida. Cuando la pobreza campea y los efectivos no llegan a sitios ni censados ¿cuál es la alternativa a la ley y el orden? La ley de la selva y el ajusticiamiento.

Basta con recordar al alcalde de Ilave, Cirilo Robles, que vio sus últimos segundos de vida ardiendo en la via pública después que los indígenas -rabiosos y exacerbados por la corrupción y las autoridades puneñas haciéndose de la vista gorda- lo lincharan hasta el borde de la muerte. La desidia motivó a los nativos resolver el problema ellos mismos.

Con Lima desbordándose en sus periferias es imposible que la policía en su calamitoso estado actual nos dé seguridad ni se cerciore a su vez que por su misma ausencia la gente, harta del crimen impune, tome la justicia por sus manos. Cuando eso pasa, la víctima bien puede convertirse en un victimario.

¿Sería justo que un delincuente denuncie a su víctima en caso de un ajusticiamiento? ¿Qué posición debería tomar la PNP y el Poder Judicial? ¿Qué derecho prima? Una opción son las rondas vecinales, en NYC patrullan el barrio y gracias al arresto ciudadano -ya aplicable aquí- apresan al maleante hasta que las autoridades se hacen cargo, antes que el instinto vengativo sea abrumador.

La sociedad peruana está tan resentida con su sistema judicial (ineficiente, torpe, arcaico, excluyente, deshonesto, mercantilista) que es difícil, sino comprensible, que su indignación los motive a no sólo hacer lo que se espera del PJ sino también a demostrarle al stablishment que las cosas están mal, que el pueblo está harto, que caso contrario no reaccionen ellos impondrán el orden que, en el trasfondo de sus acciones, claman por tener.

Que Lima sea una metrópoli no la hace necesariamente en una urbe civilizada, pero eso no significa que olvidemos, por más misérrima sea nuestra instrucción, diferenciar entre el bien y el mal. Un discernimiento inherente con el que nacimos y crecemos.

Un error de la naturaleza

En un escenario digno de un pastiche de JG Ballard una pareja consintió el cambio de sexo de su hijo de 8 años. La noticia, lejos de ser incluida entre los hechos bizarros del 2000, nos insta a preguntar ¿Los niños tienen derecho sobre su sexualidad? Según José Romero, ahora Josie, él siempre se sintió como una niña,  que desde los 4 ya sabía que su cuerpo estaba mal, que él nació para ser niña.

El concepto de enfermedad que se tenía de la homosexualidad es ahora tan obsoleto como su cura a base de electroshocks. No obstante, la alternativa para padres preocupados por la desviación de sus hijos parece ser tan extrema como los shocks: cambiarle de sexo antes de la pubertad.

Si un niño puede discernir qué es lo mejor para él y qué es lo que quiere para sí, entonces en el futuro la transexualidad infantil será una solución plausible al rechazo, los crímenes de odio y la intolerancia sexual. Si es que en los próximos 50 años Josie Romero tenga una vida normal.

Quizá los Romero pensaron ahorrarse la transición entre el coming out y la aceptación. Josie a estas alturas poco sabe qué es lo que ha hecho. Cuestión de tiempo para que acepte su nuevo rol no sólo en la sociedad sino además como el de un modelo a seguir de una comunidad hambrienta de nuevos íconos.

Para Josie su identidad sexual puede interpretarse como un error de la naturaleza -un traspiés genético de los tantos que hay (malformaciones, nuevas enfermedades, etc.)- como también puede ser un berrinche que ha sido radicalizado y hecho realidad por unos padres tan confundidos como su hijo.

Parece que no únicamente de niño no sabes lo que quieres sino también de adulto.


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