"The Ghost Writer" y el porqué la vieja escuela es la mejor escuela
Roman Polanski es un capo, eso todo el mundo lo sabe. No por el Oscar tardío de The Pianist sino por Repulsion, Rosemary’s Baby, Frantic y, en especial, por Chinatown; el mejor neo noir que se haya hecho. Polanski lo hace bien cuando se trata de contar historias de gente en un riesgo silencioso que los lleva a límites que nunca han cruzado.
La de Polanski es una mano en cámara con pulso de acero cuyo agarre es firme, es así que sus imágenes son fluidas y con un riguroso enfoque en sus personajes quienes siempre lucen incómodos en su entorno, a menudos en riesgo de perder la razón, flaquear y rendirse a una amenaza invisible.
En The Ghost Writer, Ewan McGregor (correctísimo, en uso de todos sus recursos interpretativos) es un escritor sencillo y sin nombre con la tarea de desnudar a un político mediático (preciso Pierce Brosnan) para concluir su biografía en cuestión de días, pero quien empieza a indagar las circunstancias de la muerte de su antecesor en el cargo lo que lo pone en la mira de un peligro real pero abstracto, sin rostro.
Y casi como una regla su femme fatale de turno es Olivia Williams -como lo fueron Faye Dunaway o Emmanuelle Seigner-, una mujer en la superficie atrapada en los círculos de poder alrededor de su esposo, pero con una agenda propia que genera tensión y enriquece la trama.
En la misma tradición de Hitchcock, el MacGuffin es una biografía ajada, cuyas hojas se maltratan, se manosean y cambian de manos a lo largo del filme. Un objeto siempre en la mente y vista del espectador casi como un recordatorio que las respuestas yacen entre sus líneas al igual que los detalles de esta película cuya manufactura es la de un hombre que sabe hacer thrillers como nadie.
Lo bueno: la escena final cuya sutileza vale la pena esperar por ver.
Lo malo: el personaje de Olivia Williams está desperdiciado y se desarrolla a medias.
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