No hace mucho conocí a alguien con quien tuve conversaciones triviales, pero con mucha sustancia. Ese tipo de charlas que es mucho de lo que hablas, nada de lo que dices y tanto de lo que sientes y entiendes. En medio del blá, blá, blá me confiesa que todavía tiene vínculos con su pareja, a quien le ha perdido la confianza y le ha decepcionado por una serie de transgresiones y debilidades de la carne.

Bueno, en ese momento le aconsejé lo más elemental: no continúes si no te sientes bien con ello. Me dio la razón, pero esbozó un pretexto tan tonto como razonable, no quería intentar nada con nadie por miedo a otra decepción y la herida que deja, aparte que había cierto sentimiento aún por su significant other, aunque estuviera apagándose cada día, según sus palabras.

Nadie está libre del dolor de una relación fallida, es casi una regla cardinal. Uno debe vivir con la satisfacción de hacer lo mejor por sacar adelante la sociedad y si ésta no funciona, pues procesar la separación, meditar los errores y, al cabo de un tiempo, empezar de vuelta. Como hormigas emocionales, que nunca dejan de trabajar hasta que terminan y, una vez entonces, siguen trabajando en algo más.

Y, por supuesto, nunca la costumbre a una rutina y la seguridad de tener a alguien al lado, pese a ser una presencia nociva, va a ser mejor que probar nuevas sensaciones y conocer personas nuevas. Es en el riesgo donde está la emoción. Son esos pequeños calambres que se sienten en la panza y no paran cuando estás hallando lo que buscabas.

MOMENTO AUDIOVISUAL:

Bruce Springsteen, el Jefe, en una de sus canciones más potentes y emotivas de los 90's reflexiona sobre los sentimientos entre amantes y le pide a ésta que no cierre las posibilidades de amar, que lo que busca es un poco de empatía y una oportunidad. "Entonces ha sido quebrado y lastimado, enséñame quién no", canta con resolución y verdad.

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