Absolutamente no, eso es algo de lo que he llegado a la conclusión hace muchísimo tiempo atrás. En una sociedad conservadora, tradicionalista y, sobretodo, con mucha dependencia materna, el rigor, o rictus, de presentar a tu pareja es casi inevitable.

Sin embargo, desde hace algún buen tiempo -cuando era un furibundo adolescente y perfilaba mi vida íntima y todo lo que ello conlleva- decidí hacer un punto y aparte entre ambos aspectos: el sentimental y el familiar. Por suerte no me relacioné con nadie que me exigiera conocer a mis padres, pero en ocasiones el deseo es una expectativa implícita, inherente y sobreentendida.

Nadie puede decir lo contrario, conocer y llevar una excelente relación con los padres y/o familia de tu pareja es un plus, un activo valioso que ayuda al mejor funcionamiento de la relación y un aval de éxito probable. No obstante, tampoco es un condicionante y se puede manejar los dos mundos con prudencia.

La familia es el núcleo, es la matriz y corteza. Es lo que nos forma, es la esencia y síntesis de uno. Conocerla es leer un sumario nuestro. Independientemente a lo que decidamos, al final el ciclo se repite, porque formaremos nuestra propia familia y serán nuestros hijos quienes escojan pasarnos por alto o no. Todo se devuelve, todo es cíclico.

MOMENTO AUDIOVISUAL:

En el monumental e imprescindible The Wall, el bajista y compositor Roger Waters desnuda los pros y contras y verdadera naturaleza del complejo de Edipo y lo que significa en el hombre adulto. Cuando sea hora de presentarle a tu pareja el momento de la verdad se revelará.

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